miércoles, 28 de mayo de 2014

Habitación 615

Llevo unos días en Zaragoza, y algunos quedan por delante.

Hay viajes que uno hace con gana y gusto. Este ha sido diferente. Muy diferente.
Arrancas el coche, después de trabajar, y al principio, entre llamadas y planes de acción el mundo no te deja parar.

Hasta que de repente, Plas!. Llega la bofetada. En ese momento sabes exacta y precisamente porqué estás ahí, de noche conduciendo y haciendo 400 km un lunes cualquiera.
Pides fuerza para quien te dió la vida. Fuerza para una persona espectacular, rezas, y te acuerdas de ella. De su mirada y de sus gestos, sus risas, y sus mimos. Piensas que los quieres para siempre.
Estoy preparado para todo en esta vida, lo sé. Para eso, no. Ni quiero estarlo.

Tengo el orgullo, y el placer de unos padres fantásticos, absolutamente increíbles, forjados a base de respeto, amor, generosidad y valor.
Allá vamos todos. Todos los que vivimos de fuera estamos yendo a casa, al hogar, a cuidar y dar mimos, apoyar, y darlo todo. Lo que hiciera y haga falta. 
Zaragoza es una ciudad donde he vivido mucho, pero todo eso queda atrás, no importa, no me importa nada de eso. Sé lo que quiero.
Durante el viaje, existen esos momentos de subidón, siempre busco el lado positivo - siempre lo hay-, y de repente te encuentras a ti mismo cantando. El cerebro humano es brutal, impresionante. Busca escapes. Y hay que saber dárselos.

Estás en la puerta del hospital. Vas rápido. Te mueres por darle un abrazo enorme. Un hospital casi vacío. Aceleras.
Abres la puerta de la 615 y ves una cara iluminada, sonriendo, radiante de ver a uno de sus hijos. Grande. Gigante. Momentos únicos que quedarán siempre.
Durante la operación, cada hora pasa como un día, miras constantemente a ver si suena el teléfono de la habitación para dar noticias. Te mueves, os movéis, de un lado a otro, silencios y charlas. Va y viene gente por los pasillos. Te das cuenta también que todo el mundo guarda sus historias, que tu vacío en el estómago está compartido y que cientos de almas luchan en ese momento.
No suelo aparentar nervios. Casi nunca. Suele ir por dentro. Tengo confianza y seguridad, y la doy.
Cuando llaman para dar noticias, bajas esas seis plantas con tu familia en absoluto silencio. Suspiros, abrazos y hombros apoyados. Allá vamos.

Pasar esa noche con ella fue un honor para mí. Un regalo. A su lado. Intentando devolver - imposible- todo lo que ella y él han hecho por mí. Los detalles nos hacen grandes y ellos han tenido millones. Aprendo, me enseñan cada minuto que paso a su lado.
Ves a una persona débil, con la cara triste y que quiere, pero no puede.
Un día, - pienso mientras la miro dormir a las 3 de la mañana- llegaré a ser mayor. Y estaré en ese lugar. Cuando ese día llegue, me gustaría haberme ganado con mi forma de ser y de vivir a tantas personas que me cuidan y me miman. Ella lo ha hecho. Eso y más.

Das paseos por los pasillos, no puedes dormir, y te juntas, escuchas y ves de todo en los silenciosos y oscuros pasillos. Señoras llorando, gritos de dolor, ir y venir de enfermeras que atienden timbres tocados por almas.

Allí estamos. Allí sigue. En la habitación 615.


martes, 27 de mayo de 2014

Un día en la pecera...

Os pongo en situación. Trabajo en unas oficinas totalmente diáfanas, separados los despachos, salas y departamentos por cristaleras.
No hay trampa ni cartón. Todos vemos y participamos. No hay mayor secreto que el trabajo bien hecho.

Oficinas amplias, sensación de libertad.

Allá estamos.
Sin embargo, existe un reducto, un lugar, que aunque guardado por cristaleras totalmente transparentes, queda cerrado al público general. Aunque invitamos a cualquiera. Y por allá pasan.
Allí estoy yo. Liderando un equipo - dándolo todo al menos - y acompañado de almas grandes, que aunque no lidere, porque no toca, si que toca compartir, ver, escuchar, y sentir.
Pongamos que se llaman Jessica, o Alicia, o Quima, o Isabel y Bea y añadimos a Laura y a Eva, aliñado con Josep y servidor. Pongamos. Por poner nombres, digo. ;-)

Uno - decía- ve, siente y escucha. Soy - quien me conoce lo sabe- de los que prefiere estar allí, al lado, cerquita. En la trinchera. Allá, donde las bombas, las alegrías y las penas tocan. De todo tiene que haber. Y eso quiero. Para poder decidir, tenemos que conocer. Todo. A tope. Siempre.

Podría escribir de cada una de esas personas, - compañer@s- y dedicar líneas y pensamientos, reflexiones y consejos, detalles geniales... y al final, me doy cuenta, de que, en el fondo, quien más aprende, es uno mismo. Todos los días me llevo algo. Algo que aprender y que ver, algo que suma.  

Tienen la potencia de leones, y mientras se lo creen y comprueban, maullan y ronronean. Susurran mimos. 

Grandes personas, buenos profesionales, que un día, al mirar atrás, con todo su valor, podrán decir aquello de que "nos los hemos comido con patatas".

Lo conseguirán. Lo conseguiremos. Seguro.

Equipazos. Aupa!