jueves, 30 de junio de 2011

1001 noches

Aquel hombre tranquilo decía siempre que había sido el inventor de la noche.
Mira como miran los que han vivido millones, sonríe y a veces se queda callado, parece que se transporta rápidamente a las situaciones que cuenta y le vienen a la cabeza. Habla seguro y confiado, orgulloso de tener en su mochila a cientos de personas que conoció y tuvo la suerte de compartir.
Habla de nombres propios como si aún estuvieran allí mismo, recordando anécdotas y risas, y también algún jaleo.

Es de los que piensa que de noche salen las personas, cuando las caretas se guardan en el armario por esta locura que llevamos en el día a día.
Muchas veces recuerda con emoción los prolegómenos a encontrarse con sus amigos, habla de música y baile, de preparación, de mirar por todos, de la gran ilusión en pensar lo mucho que tenía por delante para seguir viviendo.
Sibarita del buen yantar, le dicen. Cierto. Sólo hay que observarlo al pedir un plato o una botella de vino. "El vino agradable es barato, decía, pero si quieres la excelencia o un gran caldo...".
Escuchó mil confesiones nocturnas, pudo vivir y ayudar a decenas de personas que le contaban sus preocupaciones, pudo compartir grandes alegrías mientras se abrazaban locos. El estaba allí. ¿Cuanto vale haber compartido mil lugares, risas, emociones, experiencia,  tranquilidad, amores?.  Hay que estar allí para sentirlo.

Mientras bebe una cerveza, me habla del mar, la mar, el respirar, paz. Nunca podrías disfrutar plenamente de la locura si no tienes momentos para saborearlos tranquilamente y aprender de ellos.
Le miro pensando en qué habrá más allá, cuantas historias habrán visto sus ojos, y cuantas calla.

Suena una música de fondo que recuerda a guerreros y cruzadas, a la lucha continua por su bandera y termino pensando que aquel espejo, hay que limpirarlo. ;-)

sábado, 25 de junio de 2011

Qué grande es ser pequeñ@!

Nos embrutecemos, olvidamos perspectiva y nos volvemos tacaños en los sueños y la ilusión cuando crecemos. Pensamos que les educamos nosotros cuando realmente ellos nos enseñan cada día con respuestas y gestos mágicos que casi casi, habíamos olvidado.

Regalan sonrisas y mirada limpia, ofrecen imaginación hasta el infinito, sueñan despiertos y te piden que les acompañes en este viaje nuevo y espectacular que nace cada día para ellos.
Son guardianes de la ilusión, observan atónitos un mundo de mayores que siempre tienen prisa, abrazan fuerte y su único egoísmo es querer sentirte, eso que nosotros llamamos dedicación.

Al observarles siempre pienso en todo lo que nos regalan, en esa risa espectacular y el mimo de una caricia sincera. 
Pensamos muchas veces en qué será de su vida, y todo lo que le queda por delante; amores, desamores, disgustos, esfuerzos, alegrías, sacrificios, mil experiencias...
"Nosotros ya hemos pasado por eso", eso nos decimos.

¿Y si aprendemos nosotros también?. Ser como ellos, ser tú mismo, hacer lo que uno siente y llegar hasta el final, regalar mimos y volver a la ilusión compartida, susurrar y mirada clara. Jugar cada día en esto de la vida.
Tomárnoslo tan en serio que nos haga reír.
Escucha sus respuestas increíbles. Allá no hay nada más que amor e ilusión.

Les llamamos ingenuos esperando a que, cuando lleguen todas aquellas experiencias, aprenderá que la vida no es tan fácil.
Nos equivocamos nosotros.
¿Qué hay de malo en descubrir, en creer, en la ilusión y la risa contagiosa?

Echa la vista atrás, recuerda a Peter Pan, mírate, observa a los peques, pregúntate si mereció la pena cambiar por un mundo que tú puedes cambiar, haz memoria y piensa cuantas veces te has arrepentido de no luchar por un sueño, o por no ser tú mismo.

Ellos, ellos tienen el gran secreto de la vida.
Y ahora, sí puedes decir que has pasado por eso, por robarte a veces a ti mismo, por quedarte a medias, rendirte cuando no tocaba y perder ilusiones.

Te queda una vida espectacular por delante, da igual los años que tengas, abre los ojos, millones de experiencias por venir y un mar de oportunidades que aprovechar.

¿Quieres jugar?

jueves, 16 de junio de 2011

Aquel hospital

Jaleo. Ir y venir de gente, médicos, familiares, enfermeras, celadores...

Aquella sala de espera era un apretar de dientes constante. La tensión contenida de la ignorancia se junta a la esperanza de pensar que todo saldrá bien. Oyes voces por todos lados pero no escuchas a nadie, quieres concentrarte en pensar en por quien esperas.
Quieres viajar rápido a la sala donde esté para darle fuerza, toda la que tienes y los ojalas se juntan con oraciones y apretar de manos.

Y al fondo, silenciosa, aquella mujer. Medio siglo de paciencia con gestos cuidados y suaves. Vestida con prisa, aquello era grave. Y estaba tranquila. Se cogía, repasaba y acariciaba las costuras de aquel vestido de ir por casa lenta y tranquilamente.

Era perfectamente consciente de la situación que vivía -vivíamos-, pero ella tenía algo que los demás no. Una generosidad desbordante.
Las horas son lentas cuando esperas, el reloj se hace enorme, las máquinas sin café, crees haber nacido allí, paseos y mil vueltas por una sala que te come.
De repente, un regalo. Aquella mujer giró su cabeza, y ofreció una sonrisa que no pagarían mil abrazos. Asintió la cabeza, quería que supiera que estaba allí y que comprendía, pero que aquello, saldría bien.  Volvió a mirar hacia su sala.

Después de compartir sala ella y yo con demasiada gente y demasiadas horas, salieron a buscarla.

El médico se sentó a su lado, cogió su mano y hablaron durante unos minutos. Los gestos del doctor eran claros, la reacción de ella, suave. Lloraba tranquila y agarraba fuerte con las manos una carterita de monedas donde supongo que guardaría el dinero para volver en taxi con su marido al hogar.

Separados por varios metros, caminó despacio. Sus ojos enrojecidos se volvieron brillantes al acercarse, coger mi mano y mientras sonreía, decir: "todo saldrá bien, ya lo verás". Y se fue.
Mientras marchaba yo pensaba en qué fuerza maravillosa y brutal lleva a alguien a tener esa Generosidad.
La miré hasta que le perdí alucinado.Quizá vivió tan plenamente con su marido que la vida ya tenía sentido hace mucho tiempo, quizá pensó que siempre le dijo te quiero y le perdonó, quizá pensó que aquel hombre al que había tenido a su vera tantos años también había sido feliz y que no vale la pena llorar cuando la vida ha sido alegría y compartir. Quizá le susurró a quien ya le faltaba un último gracias mientras sonreía sabiendo que había sido capaz de cumplir un sueño: el sueño de la vida.

Queda gente espectacular que regala momentos únicos, queda aprender de verdad y abrir los ojos a la alegría. Vive todo, a tope, siempre.


sábado, 11 de junio de 2011

El contenedor

Nunca hablé con él. Le conozco hace más de 15 años. Solía verlo en bares de la zona donde vivo. Era enorme, ciento cuarenta kilos son difíciles de pasar desapercibidos, y más si al beber no paras de tirar voces de una parte a otro del bar. Tenía una mirada complicada, siempre con cara de mal genio y a su lado, su fiel cerveza. La limpieza no era su fuerte, el olor era intenso. Se acumulaban vasos a su vera. Gestos rudos, nunca sonreía,  y aquello de gracias y por favor no era para él. Él exigía.

A veces se juntaba con amigos, pero siempre eran distintos, y los que le acompañaban no parecían estar demasiado agusto.

Tampoco hablé nunca de él a mis amigos, sólo le observaba. Durante años.

Ahora lo he visto varias veces de nuevo. Cómo cambia la historia.

Le veo en el contenedor de las basuras, hurgando, ataviado con palo y bolsa para coger lo que los demás desechamos. Su mirada ha cambiado, ahora es mucho más suave, con 50 kilos menos, pero con la ropa de antes. Le viene enorme. Ropas que recuerdan - le recuerdan- su ayer.
Le observaba el otro día y pensé en la cantidad de veces que habrá tenido ahora que decir por favor para poder comer y gracias cuando se la dan. Echará en falta todas las monedas que echó en las tragaperras y en cervezas y supongo que añorará amigos con mayúsculas.

Conozco sólo mi versión, la que los años y el observar me han dado, y seguro que hay mucho más detrás de todo esto, pero, ¿qué pensará por la noche?, allá, donde quiera que duerma y acompañado - con suerte - de una almohada. Qué recuerdos, historias le vendrán a la cabeza... ¿Dónde se equivocó?.  Quizá ni siquiera se lo haya preguntado. Quizá piense que existe un complot mundial para que su mirada termine en el fondo de un contenedor con bolsas del corte inglés y fruta caducada. La culpa es del mundo.
O no.
¿Y si se ha dado cuenta y por eso su mirada ha cambiado?. ¿Y si ha aprendido que la vida es recibir y dar a la vez?. Quizá un miércoles cualquiera, despertó, y musitó un "hasta aquí" mientras sonreía pensando que había dado con la clave, y que, a partir de ahora, miraría por los demás, que intentaría ser agradecido y luchar cada día. Me equivoqué, pero a mis 50 primaveras, aún estoy a tiempo.

Me gustaría decirle dos cosas. La primera: suerte. Mucha suerte y que sepa buscarla. Soy de los que piensa que la suerte es el resultado de esfuerzo y oportunidad. La segunda: gracias. Estoy convencido que no sabe que ha hecho pensar a alguien que merece la pena pasar por aquí intentando cuidar para cuidarse uno más, que es una alegría y un orgullo poder contar siempre con alguien y mimarles también, que la educación abre mil puertas.

La realidad, la verdad, es que nunca es tarde. Tenemos la oportunidad de cambiar, y lo mejor es que podemos decidir también cuando. El cómo lo arrastra la ilusión y el querer, y el porqué, ya lo sabes. Porque eres tú.


jueves, 2 de junio de 2011

Etiquetadores

Tenemos la costumbre de etiquetar casi todo, clasificamos para ordenar y de paso o sin querer ahorrarnos el tener que mirar al fondo de las cosas. Es una mala idea, sobre todo, cuando a quien clasificas y etiquetas, son personas, como tú.  

Y es que no aprendemos. Piensa cuantas veces has dicho "no pensaba que era así..." "al principio me caía mal, pero luego cuando lo conoces..."
La realidad es que eso ocurre cuando, por circunstancias, coincidimos con esa persona más tiempo y compartimos lugares, sensaciones, charlas... Es decir, al dedicar más tiempo y nuestros sentimientos van ganando a aquella razón y decisión nuestra del "no me gusta".

Sin embargo, y a pesar de esa experiencia, preferimos seguir etiquetando, confiar en nuestra excelente intuición, y decidir rápida y sin duda sobre como son las personas que ni siquiera hemos intentado conocer de verdad.
Ocurre todos los días, te pasa mil veces, no damos oportunidades mientras las pedimos a gritos.

Se empieza por personas individuales para terminar de etiquetar a grupos, tribus urbanas que en teoría deben cumplir unos parámetros, que, aunque no se sabe muy bien quien decide esos parámetros, son así. Un tío con rastas y pendiente es un porrero, un punky es un vago maleante sin cultura, un pijo es lerdo y no lee, un heavy es un marrano. Y ya está. Es así y punto. Eso nos dicen y eso decimos.
Sucede lo mismo en el trabajo, un error inicial o un éxito en el comienzo te puede etiquetar para siempre, es mucho más cómodo para quien decide no tener que analizar.

La realidad es que todos somos mucho más complejos, y de todos hay mucho que dar. Lo inteligente es saber escuchar, mirar atento sin prejuicio, esperando que cada momento, sea una sopresa. Al fin y cabo, de lo bueno y lo mejorable, de todo, se puede aprender. 

Negar esas oportunidades que nosotros mismos pedimos cada día no merece la pena, no es justo y uno acabará terminando sus días pensando que ha visto mucho, pero que en realidad, no sabe nada.

Guiña el ojo al mundo, mira bien a tu alrededor, deja que te den a ti también la oportunidad de ser tú, escucha, y responde al grito de los que tienes cerca y los que vendrán con una gran etiqueta que diga: "!quiero aprender!".